A la segunda... la vencida!

 

Hay veces que las cosas cuesta un poco conseguirlas, normalmente más de lo que nos gustaría, pero hay que perseverar o dar carpetazo y a otra cosa si no es la dirección correcta.

Ocurre a menudo que cuando algo se consigue muy rápido, la energía y la euforia se esfuman casi con la misma rapidez como han llegado, así de un plumazo tal como viene se va, dejando poco margen para saborear el éxito, la victoria. Bueno… puede que sean cosas superficiales y poco relevantes. Sin embargo, aquello que vale la pena, lo que es valioso, requiere esfuerzo y dedicación por tu parte, porque sin esfuerzo no hay recompensa y tu nivel de satisfacción va a estar en consonancia con el esfuerzo dedicado. Es como quedarte con el chocolate con leche cuando quieres tomar chocolate puro, o como tomar un café descafeinado… le falta algo.  

Algo así sucedió el día que me propuse subir al pico más alto del Valle de Pineta, veía la montaña delante de mis narices, con su actitud imponente llamándome a que la retara, pero a la naturaleza no se la puede retar porque ella siempre va a ganarte la batalla, es mejor no plantarle cara porque sabes que vas a perder, y puedes salir bastante escaldado, hay que respetarla para que ella también te respete. Y eso es lo que hago, disfrutar de ella pero con todo el respeto que se merece, la montaña que tanto me aporta cada vez que voy, que tantas satisfacciones me provoca, tantos retos conseguidos, cuánta energía me invade cuando subo por las laderas escarpadas, me fundo con ella y sé que ella al mismo tiempo desea que siga subiendo y admire sus laderas llenas de piedras de pizarra sueltas, con riachuelos que aparecen a cada rincón, a cada paso que doy.

Quería llegar al Balcón de Pineta y admirar las vistas del valle desde allí, el ibón de Marboré me esperaba con ansia, deseaba llegar arriba con tantas ganas…, mi cuerpo estaba preparado, mis piernas fuertes, la mochila con comida y la cantimplora con agua, mi perra corriendo y llamándome, ansiosa por continuar. En mi cabeza estaba todo planificado, visualizado…. llegar al ibón y descansar tomando un refrigerio y mientras admirar las maravillas de la naturaleza… para luego volver a bajar con las vistas del majestuoso valle por delante.

Con esa ilusión empecé a buscar el sendero, y digo buscar porque a primera vista parece que no hay camino para ascender, simplemente no lo puedes apreciar, la misma vegetación protege a la montaña de cualquier invasión inoportuna, ocultando los caminos que tan solo van apareciendo conforme echas a caminar. Y conforme haces la subida va apareciendo la dirección correcta… y también las dificultades.

Ese día el tiempo andaba un poco revuelto, una nube que amenazaba con descapotar cubría el pico de la montaña, pero eso no me quitaba las ganas de subir. “Yo quiero, yo puedo”, me decía todo el tiempo. Sin embargo, era curioso ver cómo la poca gente que me cruzaba en la subida estaba de bajada. Nadie más hacía el camino en el mismo sentido ascendente. Parecía una señal muy clara, pero yo seguía subiendo con mucha energía los más de 1.300 metros de desnivel acumulado. Me había propuesto subir, era mi reto y mi recompensa estaba al llegar arriba, no me lo quería perder por nada del mundo.

Pero a veces el mundo no gira como nos gustaría. Y en esta ocasión, el tiempo por desgracia no fue a mi favor. Esa nube, única en todo el espacio visual que mis ojos llegaban a alcanzar, iba atrapando la montaña poco a poco, la visibilidad se reducía por momentos, pero segundos más tarde los rayos del sol se abrían paso de nuevo. Menuda lucha de los elementos. Lo intenté tres veces y me quedé a media hora de la cima. Cada vez que el sol se abría paso por entre la nube, yo subía un poco más confiando en que llegaría, pero enseguida todo se volvía a nublar, la niebla me envolvía y el valle desaparecía bajo mis pies. Interpretaba los rayos de sol como una señal de que tenía que seguir, de que el cielo se abriría, pero al tercer intento empezó a llover y no me quedó más remedio que dar media vuelta, con toda mi frustración.

Subir una montaña es como la vida. Muchas veces pones todo tu esfuerzo y dedicación por dar pasos hacia adelante y la vida te va poniendo obstáculos, bien para que los saltes y superes las dificultades, o bien para avisarte de que ese no es el camino si encuentras demasiadas resistencias. Hay que ser consciente de cuál de las dos opciones es la tuya y actuar en consecuencia…

Y eso hice… actuar en consecuencia. Por eso volví a esa montaña una semana más tarde… y entonces sí que todo estuvo a mi favor. Qué inmensa sensación de conexión con la vida. Hay que seguir insistiendo y no perder la esperanza cuando ya parece que todo está perdido.


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